8.3.05

A Revolucão Industrial e os mitos socialistas

Aún hoy está ampliamente extendida la idea de que la Revolución Industrial fue un período oscuro en la historia de Occidente, una etapa lúgubre y vergonzante en la que el hedor de las fábricas sustituyó el aire puro del campo feudal y las masas se vieron sometidas al látigo de los avariciosos capitalistas, empobreciéndose en beneficio de esta nueva clase pudiente. Persiste, todavía, en el imaginario de mucha gente la estampa de unos obreros, antes boyantes campesinos, urbanizados y explotados en las fábricas de la burguesía, en condiciones laborales atroces y en estricto régimen de subsistencia. La Revolución Industrial constituye de este modo el pecado original del capitalismo, cuando no la prueba de que el libre mercado es inherentemente injusto y debe ser corregido o superado por otro sistema que no esté en contradicción con la justicia social. La prosperidad de que gozamos, alegan, se alza sobre el sacrificio de aquellas generaciones pretéritas. El nuestro es un progreso teñido de culpa. Y si el capitalismo, para generar bienestar, requiere de un período inicial de penuria y explotación intensificada y generalizada, es que el capitalismo es indigno per se, porque nada intrínsecamente justo necesita de lo injusto para desarrollarse. Luego su status será, a lo sumo, provisional.

El Capitalismo y los Historiadores, editado por Friedrich Hayek, es un compendio de ensayos que se propone refutar, de una vez para siempre, la popular y populista mitología socialista que envuelve la Revolución Industrial inglesa, manejada en esta obra como modelo paradigmático por ser la primera, la más afamada y la más estudiada de las revoluciones industriales. El libro reúne ensayos de Hayek, Ashton, Hacker, Hartwell, De Jouvenel y Hutt. La calidad y el interés de los distintos artículos es desigual, si bien no haremos aquí ninguna crítica exhaustiva de los mismos. Me parece más interesante destacar los aspectos relevantes de la exposición de cada autor y acaso emitir algún que otro juicio valorativo puntual.

La Revolución Industrial inglesa, que cabe ubicar entre mediados-finales del siglo XVIII y mediados del siglo XIX, ha sido objeto de estudio de un sinnúmero de historiadores que durante décadas, imbuidos de ideas marxistas, carentes de rigor e imparcialidad, faltos de una teoría previa y una metodología adecuada, difundieron una visión radicalmente distorsionada y partidista de la realidad, un dramatizado cuadro que se alejaba de los hechos tanto como se ajustaba a los esquemas ideológicos de la pujante masa socialista. Esta falaz interpretación de los acontecimientos fue revisada, criticada e impugnada por la mejor historiografía económica en la primera mitad del siglo XX. Pese a ello, aún predomina en la opinión pública, refrendando las ideas estatistas esparcidas por doquier. La ficción ha adquirido carta de naturaleza pasando a formar parte del reino de los hechos consabidos e indisputables, aunque en el mundo académico ya no pueda sostenerse seriamente tamaño artificio.

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Aún hoy está ampliamente extendida la idea de que la Revolución Industrial fue un período oscuro en la historia de Occidente, una etapa lúgubre y vergonzante en la que el hedor de las fábricas sustituyó el aire puro del campo feudal y las masas se vieron sometidas al látigo de los avariciosos capitalistas, empobreciéndose en beneficio de esta nueva clase pudiente. Persiste, todavía, en el imaginario de mucha gente la estampa de unos obreros, antes boyantes campesinos, urbanizados y explotados en las fábricas de la burguesía, en condiciones laborales atroces y en estricto régimen de subsistencia. La Revolución Industrial constituye de este modo el pecado original del capitalismo, cuando no la prueba de que el libre mercado es inherentemente injusto y debe ser corregido o superado por otro sistema que no esté en contradicción con la justicia social. La prosperidad de que gozamos, alegan, se alza sobre el sacrificio de aquellas generaciones pretéritas. El nuestro es un progreso teñido de culpa. Y si el capitalismo, para generar bienestar, requiere de un período inicial de penuria y explotación intensificada y generalizada, es que el capitalismo es indigno per se, porque nada intrínsecamente justo necesita de lo injusto para desarrollarse. Luego su status será, a lo sumo, provisional.

El Capitalismo y los Historiadores, editado por Friedrich Hayek, es un compendio de ensayos que se propone refutar, de una vez para siempre, la popular y populista mitología socialista que envuelve la Revolución Industrial inglesa, manejada en esta obra como modelo paradigmático por ser la primera, la más afamada y la más estudiada de las revoluciones industriales. El libro reúne ensayos de Hayek, Ashton, Hacker, Hartwell, De Jouvenel y Hutt. La calidad y el interés de los distintos artículos es desigual, si bien no haremos aquí ninguna crítica exhaustiva de los mismos. Me parece más interesante destacar los aspectos relevantes de la exposición de cada autor y acaso emitir algún que otro juicio valorativo puntual.

La Revolución Industrial inglesa, que cabe ubicar entre mediados-finales del siglo XVIII y mediados del siglo XIX, ha sido objeto de estudio de un sinnúmero de historiadores que durante décadas, imbuidos de ideas marxistas, carentes de rigor e imparcialidad, faltos de una teoría previa y una metodología adecuada, difundieron una visión radicalmente distorsionada y partidista de la realidad, un dramatizado cuadro que se alejaba de los hechos tanto como se ajustaba a los esquemas ideológicos de la pujante masa socialista. Esta falaz interpretación de los acontecimientos fue revisada, criticada e impugnada por la mejor historiografía económica en la primera mitad del siglo XX. Pese a ello, aún predomina en la opinión pública, refrendando las ideas estatistas esparcidas por doquier. La ficción ha adquirido carta de naturaleza pasando a formar parte del reino de los hechos consabidos e indisputables, aunque en el mundo académico ya no pueda sostenerse seriamente tamaño artificio.